Su venta y el crecimiento de negocios dedicados a ellas se han disparado desde el confinamiento. Hemos redescubierto una forma muy estimulante de hacer más agradables nuestras viviendas y de recuperar el placer del cuidado.
En esa distopía botánica que es Little Joe (Jessica Hausner, 2019), la protagonista se refiere a una planta recién creada como un ser vivo que necesita atención y afecto. “Te hace feliz”. Esta verdad universal parece haberse hecho más evidente tras nuestro paso por un confinamiento. De repente, todos los beneficios que supone tener plantas en casa, cuidarlas y verlas crecer han pasado de ser palabrería a convertirse en dogma de fe. Cuentas de Instagram dedicadas exclusivamente a plantas de interior, hashtags recurrentes como #plantlover o #urbanjungle, negocios online de reparto y venta, floristerías en cada esquina…
Rocío Colmenar, fundadora de Mini Planta, un negocio en internet que ofrece plantas en sus primeros meses de vida y que nació en pleno encierro, lo tiene claro: “Nos vimos obligados a estar casi tres meses en casa. Un lugar que hasta entonces y para muchos era más de paso que de recreo. Esa rapidez con la que vivíamos no nos dejaba apreciar nuestro entorno. Se produjo entonces una conciencia de la vivienda. Ya no daba igual no tener luz ni espacio”. La psicóloga Violeta Alcocer redunda en esta idea: “El hogar ha adquirido una relevancia nunca antes vista. Simboliza el lugar seguro. La pandemia nos ha hecho percibir unos elevados niveles de amenaza nada más poner un pie fuera de nuestro hogar. Muchos han sentido la necesidad de cuidar su espacio y las plantas son parte sustancial en esa construcción. Desde el momento en que empezamos a cuidar una planta estamos estableciendo una relación con ella, lo que contribuye a recordarnos que formamos parte de algo y que estamos conectados”. Y es que en esa vuelta forzosa hacia los interiores, e inmersos en la incertidumbre derivada de una situación nunca antes vivida, ¿qué mejor que acompañarse de una planta? “Ellas son lo contrario al multitasking”, explica Elena Páez, de la madrileña tienda Planthae. “Están en nuestra casa para enseñarnos las estaciones, pero también la paciencia y la resistencia frente a un mundo altamente dinámico”. Una enseñanza que, según Colmenar, engancha. “Es muy satisfactorio cuidar de algo que depende de uno mismo al 100%. Una vez que eres consciente de esto, no hay vuelta atrás”.
Este bum está lejos de ser una moda pasajera, según José María Zalbidea, secretario general de la Federación Española de Asociaciones de Productores Exportadores de Frutas y Hortalizas (Fepex): “España tiene un potencial de crecimiento enorme en el consumo de plantas y es uno de los principales exportadores de la Unión Europea [en 2020 exportó en planta viva 358 millones de euros, un 31% más que cinco años atrás]. De hecho, este sector es una alternativa real a la horticultura comestible. La provincia que más está aumentando la producción de planta es Almería, una de las históricamente más importantes en la producción de hortalizas. Tras la planta viva figura la flor cortada, con 58 millones de euros; el follaje, con 19 millones de euros, y los bulbos, con 6 millones de euros”. Buenas noticias para un sector que, al menos en la primera parte de 2020, fue uno de los más castigados del país. La producción y la venta de flor cortada no fueron consideradas esenciales y, aunque la venta online se disparó el año pasado —Interflora, por ejemplo, aumentó un 25% su facturación en 2020 respecto a 2019, según su director, Eduardo González—, productores y floristerías siguen viendo el futuro incierto. En este sentido, la campaña Europa florece: más vale una flor que mil palabras viene al rescate incidiendo en los beneficios de las plantas y tratando de posicionar las de tipo ornamental como producto de primera necesidad. Se favorece así su entrada en otro tipo de canales comerciales como las cadenas de alimentación o los centros de bricolaje.
Como cualquier otra moda, este entusiasmo por las plantas corre el riesgo de convertirse en otro modelo de pasión. “Ya había interés, pero las ventas pospandemia han sido impresionantes. Algunos clientes se están volviendo expertos y quieren la planta rara”, explica Valentina Marino, del barcelonés laboratorio botánico Marea Verde. “Ese coleccionismo no existía antes”. Ahora está alcanzando cotas inesperadas: hace unos meses se vendió un ejemplar por 4.600 euros en Nueva Zelanda y empieza a no ser raro la venta de variaciones genéticas que rondan los 2.000 o 3.000 euros. Pero este afán por tener la planta más exclusiva puede derivar en una búsqueda insensata de ejemplares exóticos. “Existe un mercado negro en Wallapop de plantas invasivas, que tienen pocas posibilidades de supervivencia o que, en ocasiones, llegan sin pasaporte fitosanitario [un certificado que se exige desde hace años en la industria]”, cuenta Páez.
Desde proyectos como Mini Planta o Planthae se intenta poner freno a esta locura. La propuesta de valor de Colmenar es recibir una planta en sus primeros meses de vida, acompañarla en su proceso de crecimiento y aprender de ella. “Cuando compras un ejemplar de tamaño considerable puede surgir el efecto esquina: al no demandar tanta atención, su uso acaba siendo decorativo”. Páez va un paso más allá y propone en sus talleres de esquejes y semillas “reproducir especies vegetales de las plantas de nuestras vecinas, abuelas y amigas. Podemos sacar plantas increíbles incluso de los ajos, cebollas, jengibres o tomates. Luego, ver los pequeños limoneros, mandarinos o naranjos es muy emocionante”.
Pero ¿cómo elegir la planta adecuada? Julio de la Cruz Gayo, de la mítica Flores Miguel (abierta en Madrid desde 1969), advierte que muchas veces nos fijamos en lo que no debemos. Una cosa es no tener mano con las plantas y otra que la casa reúna las condiciones necesarias para determinados especímenes. “A veces nos pierde el ojo. Las calateas son preciosas, pero necesitan mucha luminosidad. Por criterios de resistencia, las palmeras, las sansevierias o los espatifilos aguantan muchas perrerías”. Y, por supuesto, cactus y crasas siguen reinando por la falsa creencia de que son casi inmortales.
No hay error más común, en general, que el exceso de riego. La pudrición del sistema radicular no tiene arreglo; que pase sed, sí. Entonces, ¿cómo regar? Colmenar aboga por hacerlo por la base de la maceta, para que la planta tome lo que necesite. Y Páez recuerda la infalible técnica del palillo: “Si el sustrato está húmedo, no debemos regar; pero si no lo tenemos claro, lo mejor es introducir un palillo. Si sale seco, se riega. Si sale húmedo y con tierra, hay que esperar”. A esto habría que añadir la importancia de la luz, aunque sea artificial, y del sustrato. “Muchos no cambian nunca la maceta en la que llegó la planta o compran una tierra muy económica sin darse cuenta de que es su alimento”, dice Marino. Y Gayo da el truco definitivo: “El agua no basta. Cada 15 o 20 días hay que añadir un poco de alimento, fertilizante, para que el sustrato esté en condiciones. Si echáramos siempre el mismo hueso a la sopa, la sopa número 50 ¡no sabría a nada!”. Pero, sobre todo, no se debe olvidar que la planta es un ser vivo y como tal ha de tratarse. Como dicen desde Fepex: “Hay que escucharlas y atenderlas”.
FUENTE: EL PAÍS